Tirrti

Hlir, lotre de norevar, o lotes de trirrí y ninguna pluma por el volátil amor sutil de trajes de emperador o imposición de otro filosofar, o del vacío boe, de más gargantas profundas en el tiempo por el paso hacia vietnam del otro malherido infortunio sin justicia inimaginable sobre el horizonte de dentro lo incluído al vértigo estepario que arranca las bocas rasgadas entre el despojo del titán curado hacia el lingote de pecador pútrido, hacia la copia del millar de conclusiones apátridas de tierra de nadie como tierra de cuerpos bajo la luz del cuerpo contado más bonito que el torrente sellado con sociópatas de amor sin batalla de ternura ni encantamiento de cada recorrido de tardes que aferra los labios al satín de troncos, de noches, de estrellas limpias y fuego griego, erótico, anticipado al perdón del invierno que enfría el duluth, el eterno abrazo sin roce real, las furias, las fugas, el olor a tirtrit que ata la aprobación del prohibido almizcle de almidón, o los estómagos sin clima, sin diana, sin sexo en el cuchillo que decide el cuando y los acontecimientos del destino que no avanzan y copian la helada depresión, los adelantos del infinito a saber con el trío polar de los universos casi esperpénticos que vuelven a circular con los rumores de los diez, y las paredes tatuadas de calcomanías y bilis derritida en la perversión, en los adictos bombones de reminiscencia del valor de cada futura felación de jirafa y tela abisal, onomástica, girada en cruz, en los olvidos que destruyen las guindillas del viaje de pasacalles hacia suspiros de tablero sin un rumbo clandestino, como armas forzadas para excitar los blancos puestos encima la masa molde, hornos de fungus de núcleos y fórceps para aliviar cualquier grito de predicado y flujos de cadenas, ahora insoportables, álgidas como águimas del pijereío mareiro e adjudicado en otro lugar sin nombre de feto, o de futuro, de baho en un simple cunilingus a la averna del dedo pulgar como piezas y más rodillos nautos, incautos para algo, para mirar la idea que no inspira a nada, al negado glaciar del músculo desfrenado, cándido, agridulce, como la duda del epitafio con flores secas del nombre de ella poco pronunciado, o sudor soplado con otro bucle de quimeras y siete giros de ciclos de bares, de palumbus de pico hematófogo, ahorcado por penetrantes olores almendrados a excitación rota otra vez por la desconfianza de la cúpula de otro tremendo error de aquellas compras de márama para pensar en cualquier cambio desaparecido de vez en vecina de la partitura de cuando ella llegará encantada para empujar la seña de la ansia.