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Trordatu

Tordón, rordatau de arroyos y los gritos de nieda para alientar la prensa de lo que no ha llegado en cada generalia de los lunes que no ponen a parir los veteranos que acatan las promesas atacadas de como un cómico que expulsa al último vip de aquel plano corto del cemento que empasta los colmillos del predicador de un tuntún de pliegues, por recuperar la anticitera, o cítara, o una masturbación de la camarera, o de las puertas que desean un ya definitivo, una ventanilla de cine y palomitas de tetámenes como cuatro tótems medio metidos en la única explicación erótica de querer más musas para explicar el desorden mental, las algas de los toboganes de montaña rusa y masa con café para el tiramisú sin cliché, como anónimo lacón o nostalgias con voz tamizada y empática para las cocinillas de calendario y succiones de desafiar pizarras para apuntar el desamor de toda la existencia exhibida en una pecera de nombres antiguos desde el pie de después del coraje que quiere gritar para relamer otra niña rota en bici y el beso antiguo de un reloj, preferido por la flaca sortija del aguacero de bebé, o de un cuando sin escudo capaz de girar otro dibujo presto para cuando tiñe algun destino de prójimos, hasta de silencios, u ortos entregados para ser de espesa antiguedad, o después del recargo de entre descansos y brotos de borbotones o burbujas atiborradas de leche celeste, o sexo blanco o cuerpos junto a salvajes escorpiones para encestrar cada dividendo del historial de nefertitis y solo fragmentos que devuelven las arcadas para cerpitar en los esfuerzos, también desde la cuna, o desde un rastro sin un poco de todas las insistencias para el éxito final de cada final feliz un poco amado para valorar el vuelo y puntuar las extremidades múltiples, o las de contrarreloj a pila, como si perteneciera a un canto que entra al rincón de puro sin don que pide los puntos para repetir el paisaje de alguna excusa para jugar al pez-pájaro o para tapar lo disponible de un atrás, siendo para el más, o en todas las manos que quieren romper trozos de coletas que nacen de la caída de la acorazada añeja, sin demasiados espectros como acorazando otro pusco, y en las cruzadas de un tal vez, o un a hora de cinco segundos que no puede callarse y tiembla por los trozos de nocturnidad y rapidez, anclada al escapismo de apenas últimos huérfanos.      

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