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Peratoro

Peratón, las agraciadas del postre agradecido por el pretorio, el probiótico sin la estructural destinada al algo transformado en la última instancia de la voluntad, de improvisar intenciones y cuentos que germinan a cuatro manos, a la rara y desconocida ausencia de vivir en el desinterés y las del tiempo del porvenir sin las edades que no tienen al alcance las creencias del instante, y del revólver de baúl, y las calidades de los colores del almacén forrados de tirar la compra a patadas para negar que hay dulce de membrillo en la tranquilidad de echar la mirada en el brote verde de revinos y sonadas ausentadas en los colchones sin ciclar los cuartos y los labios de abajo; los que soplan chorros y chaparros de barro, de la censura colocada a espaldas del nuevo marido colocando embargos como si fueran balas de la excepción de más caras complicadas para sanar y armar en las más de mil obligaciones por perere, o por no pirar en el antes del dueño, o en las socavadas iniciaciones al desliz del recuerdo que espera el revoltoso para reutilizar el sándalo entre los aromáticos minutos y los álcides que recuerdan la elefanta blanca del zoo de maranero para coordinar la continuación del semental en otro estadio, encerrado en el si ahora dejo, o se abre la oportunidad de que me hable el peratoro a las cinco y treinta y nueve, o a los cuarenta y necios del debut, a la opulencia córporea, o a la planta de bombachas púrpura que hace las tinciones permanentes hacia una carraspera rara de erecciones a la espera del caído de confianza a puerta cerrada atada por debajo la lengua de la soga, o de un volante de cuello en el corredor de gritos sordos y más sordinas que las habitaciones portátiles de tubo.    

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