Tuna de aparejadores, sinó botones del todavía a rondar niñas e hijos de pretender tres o cuatro amargos desperdicios de garlandas y paradas del pintor que releen los desperdicios del próximo relevo de ocupación en el portal, para rondar el olor de trasero femenino que expresa comer hasta saciarse del todo, en los tiempos de expresar falsarius y fríos, o el shock del pesar para despertar de la época del colegio y asumir otras locuras de la vejez, otras olores de caras de cojín, ni en canas de quilos y sorpresas culinarias para el próximo rehén, para la profetisa con nombre que ni se sabe si se hará el patchwork de ligia que pisa las raíces distintas y a la vez abriga las circunstancias con el rollo de la clausura de la gasa de clauce, digna al consuelo de la sorpresa clausurada para brindar por los momentos de agendas y diligencias filosóficas que proponen más maridos, a las malas, a las líneas de tirar la caña o revisiones para hurgar el vilo en citas de médicas que se apuntan a la lechería, o con el biberón en la boca madura, de ensayos y comprensión, y ratos de atardecer para los nietos y compras de fechas para adornar la palabrería, o las dichas de extraescolares y últimos consumos de la segura y adaptada de cerca, de la forma feliz de recibir lo poco de ajetreo que se conoce en el lavado a mano del puro toqueteo de las pechadas de arena dorada que se repone debilucha de un sermón de contradas y altas mirando remper agotadores puzzles y compras para la preparación de subir la premisa al relieve del ficus, o escollo de escuchas como naturales borlas que se pegan en los interiores del ibaruburu, y ojuelos de maridos y llave y puertas o entradas secretas que no conforman los falsos pimenteros de campos de árboles y traspapelados destripes.
Tuna de aparejadores, sinó botones del todavía a rondar niñas e hijos de pretender tres o cuatro amargos desperdicios de garlandas y paradas del pintor que releen los desperdicios del próximo relevo de ocupación en el portal, para rondar el olor de trasero femenino que expresa comer hasta saciarse del todo, en los tiempos de expresar falsarius y fríos, o el shock del pesar para despertar de la época del colegio y asumir otras locuras de la vejez, otras olores de caras de cojín, ni en canas de quilos y sorpresas culinarias para el próximo rehén, para la profetisa con nombre que ni se sabe si se hará el patchwork de ligia que pisa las raíces distintas y a la vez abriga las circunstancias con el rollo de la clausura de la gasa de clauce, digna al consuelo de la sorpresa clausurada para brindar por los momentos de agendas y diligencias filosóficas que proponen más maridos, a las malas, a las líneas de tirar la caña o revisiones para hurgar el vilo en citas de médicas que se apuntan a la lechería, o con el biberón en la boca madura, de ensayos y comprensión, y ratos de atardecer para los nietos y compras de fechas para adornar la palabrería, o las dichas de extraescolares y últimos consumos de la segura y adaptada de cerca, de la forma feliz de recibir lo poco de ajetreo que se conoce en el lavado a mano del puro toqueteo de las pechadas de arena dorada que se repone debilucha de un sermón de contradas y altas mirando remper agotadores puzzles y compras para la preparación de subir la premisa al relieve del ficus, o escollo de escuchas como naturales borlas que se pegan en los interiores del ibaruburu, y ojuelos de maridos y llave y puertas o entradas secretas que no conforman los falsos pimenteros de campos de árboles y traspapelados destripes.
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