Porpirí, sentado en el legado del zenit continental, o en cada hotel que se conecta con lo no contado, del tradicional reconfortado entre fogones y los programitas de redecoración mezclando colores y pastelerías que suavizan los bordes de las joyas y el pilla pilla, aplaudido por los comensales del cumpleañero que juega con los cuarenta hinchables y las joyas de la experiencia y el señorío de lidiar con optimismo y aguantar los años que vendrán sin vender ni beneficiar el cabral, las parodias que no decepcionan la próxima cata a ciegas de la rápida adquisición del banal escenario de sangre y evolución hacia cortinitas y cotonetes y maracas y bragas y piripíes y algo más de la señal de la metralleta y el punto neurálgico hacia el neutro desnudo y fijado por las vigilancias del tembleque por volver al cúbilo de bjolork o al greenspan de las tablas de melaine, o de los inventores del poripí que huelen al nícols, a aquella marca de gemas y afrodisismos por fornicarla sin piedad y amen...