
Justo en el café de la esquina, nada menos que a unas cuantas yardas del mismo pasillo, al poco de subir los peldaños que van a la cocina, todo alrededor del pupitre viejo lleno de palomas y capítulos libertinos de novelas negras, literatura levantada, escrita en dos compsiciones kafkianas y dividida en varios tomos dormidos en el garaje, como en un anticuario jovencísimo en forma de mujer que cruza las piernas esperando el momento, esperano los muslos ardientes del Saurión entre su centeno, entre sus labios rosados que siguen esperando el contacto carnal, el papel jovencísimo que espera con impaciencia antesd e los treinta, antes que sea ya tarde para todo, sobretodo para ella y para sus crías de colibrí. Perdónenme, creo que estaba la mar cruzada de piernas y esperando al sujeto con un canuto de María a la mano derecha. Ojalá sea guapa sencilla y sincera, la María da igual aunque a veces se canse de la vida y de la última parte deprimida rodeada de whisky y ansiolíticos que encajan el rollo del périto teñido medio rubio para terminar invitando a cien copas a todo quisqui y comparar la graciosísima Palulú.
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