Laútre, la hora de la tienda y de preguntar si los clientes preferidos desean zumo de lima o limonada fresca, prosciutta di parma o capataces malcriados, decisiones isotérmicas en un barco después del armisticio pasado, apartado de la manta ceñida, del soplete, de la cálida brisa bien dotada de carteles y corridas hambrientas en su espalda y en la punta triangular de cada zorete envolvente sin perder detalle de la gonorrea profesional, gimlet, una pausa, vendeuse picoteando y largando los dos viajes de ansiedades que ya se pueden despedir con un au revoir, para siempre y hasta nunca, supongo que ya no, no, no, no, no, no, no, no, ahora canta su último aviso, y estos eran siempre antes de la vendeuse, para tasar exorbitantes correos en esperas carantoñas y acuchicheos de manera sobresaltante cuando preguntaba por ella insistiendo acerca de lo otro.
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