
Digamos que el brazo de la cafetera le abrió los vidrios llenos todavía de croasanes y de hojas hojaldradas de fideos chinos y gambas que llevaría para los pájaros muertos de sexo después del vascolet y me acerqué un segundo como una sombra al precioso féretro de sus uñas que buscan internet como ardientes conchas y consoladores que acompañan a estas letras que sacan la cabeza del sófa y vuelan por el cotorro y me dan otras palabras para que lanzé en estas pérdidas esperanzas al coulis de la morfina y recupere el zapping de la vida con sus sudores cogelados y su sonrisa de momia con todas sus asesinas promesas recalentando en la cama los hongos y pidiéndo empapado la pastilla amarilla para volar en vuelo directo hacia el gatito rosado de peligrosas arañitas.
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