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Mixandin

Yemas del puesto, del más de uno, del más allá sin el uniforme de alguno, que preocupa como la porción del llamador en dildo, en polvos secantes, en comas, en lápices, en réplicas póstumas de plumilla y damasco del greco, del labrado tras la repuja de diáfanas olores a auténticas aprovechadas e irregulares sociedades de prohombres y esclavas dejadas por la ornamentación del poder , del rostro recostado en la hencida de igual recorrido como el atestado abrecartas de esmalte víduo y mixandin de marca en su no de viaje rosado, desprovisto de directrices y lluvia de carne abrazando el entrepecho del argumento sin salida; sin cuernos descabezados por el pus del contrafuerte con capas hablando del luego que marca el viaje desvirgado y los murmullos de prédicas acosadas en las peroratas de juego, de lunas como preladas en temas de siguientes acciones para borrar la flor, la sed del odio, del yugo, del tinte como segunda madre tras letras y fluctúos de media cachela cocinada al vapor con aceite de coco e invisibles pasatiempos para poder descontar las compinchadas que intercambian adrede los buscatijeras de los dientes de cuerda que cortan cerros y harina de buardilla, de suntuosidad circunvalada por los dieciocho de altos según la cola de subconciencias íntegras y centauros y papillas huidizas convertidas en oropel de avanico de colosos y cronarcas resistentes a la víspera del correspondido mito exuberante de personajes y frágiles coloridos sobre el capataz escénico, el magmo de profesión temperamental que remede la proxeneta estupidez de insistir con la reacción del espejo marcado por el galope cohibido por la bulímia derviosa, por la herida en carne que entra por el coito del rocío, recién esperando dormido la ternura, el polvo de gas, de manzaneras en pompa, o digamos armándose la pose para saciar la palabra ñoña que requiere otra gesticulación para masturbar la proa de esta inicial que cuesta que salga de casa para encontrar conejos y chopos estables que no tiemblen con la filigrana densidad de una baldosa etérica en taquilla con el orden de las armas de por vida, del cierto palmo de rosas y yemas absolutamente opacas a cualquier intermezzo que aferra el nacre respiro de la edad de corales y corseles contra lo farsesco de cada autor del todavía preciso.  

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