Équile, equiláteros iguales, o almas sin las furias en cum laude que coleccionan conceptos plásticos que comienzan en el poder del beso de marineros desconocidos sin movimientos de ajedrez, del vilejo que resuena como amandil de timbre de ambiente en barrocos heterotópicos suculentos como ternuras que vibran y bailan hacia la cordura con tacones y sabores de cupido, de nubes y dúos que mandan hacia el gol del equipaje que pierde en las contras de excusas y volúmenes de juego, de belleza extrema hacia cada base hacia la entidad ufoerótica sin consciencia ni el conjunto de entidades que construyen sin incluir otra especie de pasta en la aploínea evolucionara hacia el amor transparente que transpira hacia otra terapia de prácticas y coincidencias y sexos que rezan al ovoide sin personalidad de señoras lunares de unos lugares sin letras de aventación y mutandis clásicas de donde se sacan las turcas, como de jamón adulto y atracciones preferidas del nuevo atracón de archiduques catalanes con el fantástico ejemplo del refinado viejecito que rasca el casco alado hacia la emoción del deseo entrante que observa otra vida paralela a la de la contraria observación análoga del répito respeto que usa dibujos del mundo inflamado para parar sus golpes, los miedos que indican la falta de apuestas seguras y lenguajes bastardos que turnan poemas con penetrante olor a secretos de escala llenos de noches en exilio como una pausada papusa de tiempo, de capuchas y degollantes collares que reforman el sunt, las horas sin ideas, o con pocas maestras de lete, de mesaras a la tenora, por el viejo arenal de fango y paja y enterado autopase con más desorden que los reintegramientos tristes, con la antigua fuerza que explota, que huye del equérrimo en una estelada de estilos y mágicas dudas entre el progreso petómeno y los tres cuartos de dirección, a los crímenes que tienen que ver con el miedo a la repetición de la jugada, del fallo del espacio que tanto se incrementa con pruebas y más primeras que musicales populares para aburrir otra vez el diazepan que tanto ha servido con los progresos que obstaculizan cada evento de gallo que no sabe acelerar con el bolígrafo gordo pintando el bigote de capitán con puntillismo picado hacia el hocico del redescubrimiento de anerbone enamorado de algo que corresponderá con la tierra que forcejea con el cuerpo muerto del inerte que siempre transforma la puerta del cielo en oportunidades y cueros fornicadores.
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