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Cuvilvo

Cobalto, tungsteno, casi a la mitad de aquél enero enerbolado de substancias sintéticas y aguas de río, del cúbilo de esperma y magia de paladar, de tender otra mano, otro viento, otra gambeta de aquella ignorancia victimista de inapeticibles dolores del concepto festival sin ilusión libre de agentes y roas de soar, de bandas y familia de carretera que cambia con los colores de la performance por parecerse a la enfermería de trece concretos deseos de esclavitud y más renumeración del bosquejo de palula y lápidas de latas y sensación de cortejo mutuo, de gustarse con las cargas de adrenalina y aguardar las bocas de ositos y pulgas en reuniones de acercamiento a la cultura urbana, apercibida por un tenor analfabeto, de tipo cuarteto de herejías y petecoté del inacabado e insípido número largo de totoé en las ventanas del calvo aparicio de oficio y germinación real como en la zona de la estela barbacá, y el pompom de la morena y detallada estragota, y los cuvilbés de aquellos guisos de páncreas de bovino o como de estrategas de los estrógenos incontrolables con un hito a parte, llevado a la máxima impresión de evocación hacia cada vicepresidencias de cartas y vídeos absurdos como mezclas del mezcal sin viriles elecciones reprimidas por la erección del pato que gana la relevancia de aquella panadería y más molestia que aquel objeto reivindicando las colocaciones en tercera territorial, con el humor de la litúrgia y los picores charnegos de la sensación de falta de aire y más coloquios difíciles de ir hacia el paso de magia más perturbador de los que entablan las críticas y las rezan del revés para que el sujeto pueda hablar del futuro forniqueo, o de las lenguas en el títere de los finales de etapa que jura que no lo serán, ni se abrirán las trepas del mayor olor a cuvilv, a dejadez del espacio, de las libretas de libertad y pirineos, y asunciones, y días, y futuros asuntos resueltos para cambiar la idea de vender cada secuencia pasada, cada furtivo recuerdo con la miel inocua en los tejados del ladrón.

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