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Dalrencos

Dal, o el tal de nuevamente frío, sin el calor de recuerdos y muñecas que recalan en el siempre, en el jardín de turbias jaquecas que apañan los casitrés de fórmulas leucocitarias y alfafetoproteínas locas por fornicar con la testosterona al límite de aquella vista atrás hacia el masaje de casentén y barro y hormonas varias que tienen pinta de mosca cojonera apretando el acné para terminar con aquellas termitas de suelo viejo y goma de mascar medio podrida dando de qué hablar con el parecido, apercibido del fucús en el despertar del limbo de otra ametrallé, grabada con cristal fucsia y alentador para avisar que no se acabará en la futura noche del prado, o en las cúpulas de ambición, o aquellas túrrias de la pardo que resucitan otra vez el facesitting en las puestas en marcha del mercado sin carnes ni aquellos círculos de ruedo para torear cabras y orquídeas del santiamén asegurando la rapidez de los pupilos y pulpos del dalré, del tal defecto de aparcar en la esquina del imaginario orto derecho, emulando la rubia vestida de lagarta, soplando el orgasmo como el rebuzno de un galgo mordido en la veleta de cualquier cuneta del tiempo con la mirada del canuto inmerso sin la piel de lenguaraz ni aguellas guálas de daz, de razones por descreer en la confianza del extraño santuario de valores y extremos neutros, y babas, y dalrencos que no se exhimen de clítoris y fotos de la excitación que conlleva el pensar en la burbuja de átomos y miserias y materias exactas que se ciñen al tacto del tracto y de las musas que se darán las duraderas y velarán por tres de cuatro cosos para costear con la furia y las ramas de la jardinería alcábaca, galopando por partes de una afición entregada para mejorar en las posturas de la esencia del marco genital para jabón de estepas y jijíes que usan una sola marioneta de dedo para un caos económico rumbo a la malatraña, a dejar de observar la ocultación en el centro de la mente de la esencia de las marionetas y sus gárgaras de alcohol y viento fiero sin opinión de la fuerza de la madre naturaleza, y ni del guerrero estante en el estandarte de un caballo valiente de paradoja múltiple y brotes de esquizofrenia y brochetas de caracol con ajo, escalivada y salsa putanesca.    

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