
Backmaggon, un bulbo rodeado para sostener las cápsulas Meier, mapuches de la estepa, gabardinas quietecitas, olor a calderilla de ripio gringo muy pegada al permiso de la ira, condenada en el viaje de los espejos blindados por dólares y estamos en la distancia acuclillada of the record Santiago sin vernos después de todo lo paranormal que se acecha y tose ajada en voz grave tras movimientos agudos de pereza y varias arcadas, botellas bien habladas, de pie, para cubrirse nuevamente la última patada cicatrizante de Dahuergel y horas lo que allí, no lo de la nota, no pasa nada, sin dudas ajenas; y de la rue se borran y deliran en el sentido desesperado y melancólico de la siempre incómoda, como se ve el dietario del también, en la misma terraza rancia, derivada a otro dietario dedicado más lejos, ajeno al inventado, ya partido hacia un trasfondo de luto, deslumbrador, excitado por cada efecto sin disco duro, perplejo, Montaigne, cada tiempo lento, inmóvil que tratará de vivir en el polvo de la simpatía.
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