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Jameson Kalúa

Ensamblada, blanca plaza de mármol, y traje de cuadros aterciopelados, de infinitos encantos y simbología lacrada para embargar lo que soy compartido con el torrente de emociones que se gastan con la certeza, vacuidad colgante, atada, hecha mujer virgen, a desear tardar un pelín más para compartir el garabato del sí tormentoso que no me busca ni una amante que me cubre de mi fin de semana espiado pareciendo todo un juego que se apega prometerse de aquellas vidas llenas de instancias y segundines y letras flotantes con nervios magos acá, sentadas, recibidas como alimento profeta, janés, que albergue borrascosas espumas blancas para incertidumbre de mejunjes y anécdotas desde que juegan a amordazar tolvaneras y máscaras preciosas a eso de la tres, uno de colores y rehiletes casamenteros que despeinan nanas de distintas madres y tatás tutsis en el hincador del pedal de embrague indispensable zaguán candil compasivo de originales marzales y esbozos del niño que reconozco mío pegadito al huapango dúctil y de majaderías insulsas, lanzadas como darditos de barbapapa blué y que por un azar no consta que es viernes, mentriría, ataraxia, bajo la falda de primavera directora, filial, sea de disitente o se demuestre a la fanaticada que no sueñen rosas y por debajo planchas y panes de hierba.

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