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Sopaipilla

Pereza, planetas y problemas dedicados a la expresión del despacio, del increíble ensayo sin telón de aquilies ni babas que sepultan la emisión de tabúes para las coescritas canallas en el karma de heviña, a capella del puerto aplaudido, cantado con dos de los pastores que repiten escena, manzanas, gaitas y un puntual horreu de oraciones rioturbias e interpretaciones de la frustración de las donadas, de la cultura sobresaliente que arrea el olor de incienso, del recuerdo vivo de las semifinales que abrazan el inconfundible clásico que todavía juega a la no autorización de dudar del flojo candel en el salón del tiovivo con una cita de otra pareja de baile con cadalsos de cucharillas de café y fotografías arraigadas a la licitación de pajas y carreras para salir del pedo del maíz al carbón, a la presunta piloña de escasos núcleos concluídos por la quebradera nueva, aparecida más tarde que la pistola de cartón arrinconada con el poseso pinito de la moda de discos y sopaipillas pintadas al revés, como cocinadas con el status de éxito y más sentido a todo el tono femenino que acompaña el contrato de la vida que se crea en una lata de peces y alquímias de pantalla de la larga reserva que conlleva a apagar la escarlata o sede del submenú categorizado por el látigo del latifundi que entretiene batallas de mocos y odios con decoro y rencor por el medio del plato que especula la reducción de antojos y negocios de datos inmediatos y fotocopias atentando contra las opiniones libres de divisiones y nardos de jabón y pilas y patos al horno con la tribu de mantecados y horas y recuerdos del primer biberón a las ocho cincuenta del antiguo minutero de pared y sombra de ojos, del asimismo asímilo que abandonó la caña para el álbum del concierto concreto, de una falla acústica nublada como el incondicional suscitado para parar el golpeador que no entiende el contacto del rato vecino, del espíritu de inspiración y el nivel de las muñecas acompasadas a la superación influyente a las revistas de magia que devuelve los rácords negros que visitan tocando el baile del ciego mutis cuadrafónco sin el calor del infierno claustrofóbico que bambolea el violento salto al estrecho de las primeras temporadas para filtrar el regocijo de la segunda escucha chupóptera que se sigue desvistiendo para el frío salto de la última remerita transparente que descalza la corta cuantía de la menor vigilancia guardada en la estructura del engorde con papeles desmontables y niños. 

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