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Bisams

Redondillas incitadas al coco de dos luegos para pretendidas pagando para querer rogar al diablo, al fin de los arrogantes tiempos en posdata, y siquiera la persona en este lugar, en esta luna de amén, del sonado títere que se ilumina con sólo tener que aparecer a los hermosos adioses idiotas, asta regadas sobre los reemplazos de todas las delicias del cortometraje delicado, que deja ir un futuro, habiendo sentado las arenosas tomas de cómplices partes de aquellas astas de otro fiel normal, hasta poco importante, o trenzado como un cuarto de niñas, a la marea del bisams, de medidas de perrito y poses de cigarro gris agarrotando el lejos hostil, y las migas de cariño en el esmero, en el escarnio, en la forma de maquinear el amor y dormitar el portugués cerrado con las gotitas de lecho de luto y poses de cucharita sin conocer otra cucaracha en un loco árbol de navidad de mariposas y hermosos catitos y algo más de cates en el punto G, en las únicas transmisiones de olor a vino barato y humo y tiempos por cada acumulativo patio de golondrinas y cada importante olor usual a estúpido preparado rojo morsa, sin cimientos para otra almohada de paja para la demacrada luz pasada por los bártulos de humedad sin la presencia de básicos recuerdos amables en las oportunidades de comprobar que no hay tiempo para hablar con el público del pésame que estiende el dalo, los tantos que confeccionan mujeres pequeñas y enteros digos contra el fome sin una vez más que precipita el dormir frente al anochecer, o frente las agujas del temblor que gasta el más de medianoche rencorosa, o reflejada en el fuera de juego mientras se atesora la serendipia, la linda tinca del caos importante que llega a números del gusto que ahoga retos y sentidos, y restos de delirios y metáforas y regalos de olor, de pequeño presupuesto muerto sin haber un palafito de una frase-canción del mejor picar con los atentos indirectamente directos y con ganas de confesión de otra cosa y tórtubos, y ni la mitad de amar al tákiri, a los no sé bien de los mínimos ficticios de rabia y masturbadores de los matices de un cautín visual para palabras y moléculas de manchas en las sábanas y en los más de cien delitos, o tres mil polvos de viento y nareidas.

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