
Arrancó como un suspiro agonizante y se repitió lo de la santa verga, una y otra vez, coloreando como la porcelana fina, como una mezcla de harina y tamizador para el pelo "paper flex" con sabor a chocolate fino, bañado de oro y cristales preciosos y divas blancas de ultratumba, de volantes, chateau la rue, el camino es nuestro, la rue, el camino, rue, los delirios preciosos que avanzan y siguen como espumas de leche merengada y emiten zumbidos y okeis al oido del participante, al paraje del pajarillo que vuela entre sábanas manchadas de flujo vaginal para olerlo y comprobar si es amarillo, o si tiene porotos verdes, o acelgas grisaceas que se miran entre ángeles y murmuran, y escupen pororós y causas desiguales para leer Holy Bible, sin los once, no lo saben, ni se imaginan nada de los 333, ni si las vergas están húmedas o huelen a verduritas fritas sin sabor y sin cola de conejita playboy, ni sin cuello ni pajarita asiática que entra con el viento playmate, y no para de soñar con la primera vez y sus bragas en la cara, satinadas, y la postura cambiada por momentos complicados que suben y se destapan al entrar en calory en contacto con las sábanas limpias, con olor a frescor, sin burbujas de aire que molestan y trituran al gusto del cliente.
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