Hera, de pie, como moldes caducos de sonrisas y orines, y en los segundos estantes rojos que atraviesan palabras y maldades conjuntas, grasientas, con sabor a hiel, apenas en el armario, con conjuntos que ahuyentan, pero ellos no se fijan, ni se fían del pudor ni del orgullo rodeado de tiempo infinito, a ras del suelo, vuelo vuelo, y miro alrededor y no veo nada, sólo mariposas y sueños eróticos que despuntan y rezumban a la espera del conocimiento, de las bases de la vida antroposófica, de Rud, rasurado, sin poemas ni descubrimientos ocultos, sin la ciencia dormida del destino, que no despierta en su huerta sinó en otras peores, medio podridas, inmóviles, impacientes de sueños e insistencias, de búsquedas que atraviesan y siguen sin cocer tumultos hambrientos de fogones con foie, antiguos
venenos que corroen y se pudren, y se ahuyentan en la noche de Mayo.

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