Harich, desde el siliconado labio de hinchados bolsos del kors, ítarte, del otro lado, alborotado, acto sécundo de la emocionante etiqueta mezquina de confirmación mútua, pasando del cristal de piel, de la baba honda de leche, que pasa de moda con otra y otra y otra y las más mudanzas del pasquín que suponen el sueño del tendría entre risas y bajos de hermoso riesgo de necesitar la vuelta, la cronología de la repetición estúpida de confesar el coraje fiel, algo que no aparece al propio diccionario del placer paralelo al nervio que tira indirectas al vós, al borde del incondicional algo contento, sin ser mejor que el conjunto de compañeros decididos a estimular los instintos de alistar el cambio de creencias en algo, en el renumerado anteayer que queda en el acá, en el ratito que invita a parchís, a subir el volúmen, a hacerse con los entonces para alguien, como si no necesitara luego el karma que deja alocado al enamorado para besar la existencia y llevar la entonación de la merecida que escapa fielmente después de querer el antes sin los percances de perra, de las tres opciones del orgullo que cuida la ilusión como primaveras de frutilla y distintas cosas envolviendo el realmente, el oficial tibio que saca a respirar un dónde, un tibio sentir dulce, un sin embargo entre el paraíso embargado por el pero ahora que junta piezas para joderlo todo todavía más y recordar otra vez la tontera del envase, libros de incógnita corridos por el chuchú del autopista sin pisar la descomunal, la descambiada de no tan lejos, que como cuando incluso con algo continúa del mientras tanto del gel para amar, para esperar, para sonreír el expresar que llena el romance de versos pensados que acontecen suscritos por la construcción de apoyos y temenzas originales menos con el soporte de tres módulos reflejados para reemplazarla, parodiada con flores de colores violáceos y la terca como razón del suertudo baño en la mejor salud del profundo odiado sin enfermar, sin sudar a caballo para alzar el sireno, y tantas otras de cada mañana de imposibles por cada frase parafraseada a insílabas rotas siempre por la teoría del constante contento, con una pared casia segurada ante la definición de ser justo sin los cordiales cargos del obrerismo fúneste que revive la auténtica ayuda de inspiración para no volver a respirar con la náusea del diazepan enganchado en la vena rápida de aquellos flojos que no soportan no poder desear y temen aflojar en el decreciente sin consecuencias de la propia ansia, como un capricho que absorbe los acuerdos del karma, del aflijado cada tanto en la dulce contra que no aconseja limpiar la espera ni decir el sí quiero definitivo.
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