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Omex

Xenón, la simple performance, la aguja que despierta clicar la lar, la fuerza del pulso que encuentra errabundos los pasos del apócrifo forzado por el infértil de las esquinas que siguen hablando de muñecas de cianuro y el omexus de líos carentes de la empujada aguja del recreo atenuante para la absolución de un quería preciso que espera los lápices, los escupos de regaliz y vueltas contraristas al centro de las zonas verdes, de parajes y pulgas y cenizas muertas, transparentes a espaldas del posible altiplano ignorando al máximo filósofo con características de la inesperada alma servida al extralímite del máximo jamás vencido por el orgullo de lo retro que imparte cosas con lo inapropiable del indicio que sucede al excusetto o al menos aparentado grito de ilusión en las paredes del dolor, o el furor rosa, que marchita las cándidas referencias salidas del tapizado glamour que interrumpe en la marejada tras el desembolso que añade el súplico de moneda, de transtorno, de pesadilla que reina sin importar la argucia del rencor agrupado todavía en el esternón sonriente, pero vencedor de turbias y creencias arraigadas al mismo ejemplo del pacto de sangre que interpone a imaginar otro níveo de sabia, de semen en coma del nímio reducido al pensador que vuela, andando como el bautismal sin los antojos de la existencia que dialoga como dos hermanos que reviven las páginas sin la opacidad palpable, sin la autoayuda del vendedor de ofertas orales y respiros de placer, de discípulos en probables madames de calcio y apreciaciones de esposas como postre para el hueso de casa de la euforia en corto, en el seco deformante que frena el intercambio de pistas exprimidas por la pregunta de la camarera a ninguna parte de fondo bella, alcoholizada por el juego que pincela el halo de la materia en la búsqueda de sombras, sin advertir el cambio de edad, de banderas, de traumas atrapados en surcos ahogados en la elegía del materialismo, de escombros y comas y la afonía del castigo que caneja el sexo sin techo, sin la depredación de la afta que posterga el invento de la perfección del transnochado prologuista de sustancias antes de la nerga de chapelos de agua y jueves, y alondras tan de dentro como las vencidas por la afilada quiebra de acreedoras femeninas y más orgásmicas que el propio testículo como jugador de prensa.

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