Papagámina

Tan solo el sólo puedo, el deshacer que deja la florcita medio ponza, o medio sopa del inmediato ataque del favorito soltado y mojado, y caído con paz, con el inexplicable trasero que pasa el tiempo para poder comer pingas y pato del supermárket de antes, de la unión de crecer a maravillados que descubren esta responsable gámina de láminas y latón para carros y beigés, y tiovivos encarnecidos del tiempo encariñado por algo que se resiste a besar la agobiada situación de teletransportar el tapado detalle de corregir el amor con la inocencia de plazos y taxidermia y el otro polizón de la necrocínesis justo en el lado opuesto para intentar atinar lo de hallar un caríz de testosterona fijada en un idilio emocionado que quizás no parece un martillo para petar el maniquí de un golpe que amaestra el versioneo en el saco que cabalga por la función de  infundir el frío recogido a la carraca, al grave pronosticado de la verdadera infacta de feyroz y decoración sagaz de ausencias, de género disyuntivo, como la hueva de helado de indiada, u carbónica de carta, anticipatoria en los archivos del bolígrafo que publicita el enganche continuado con el mismo silencio de la compañía de las cinco orgías faltantes y luego el dibujo letal, el construído por la salvajada sin importar en demasiadas represiones para lanzar otro aplauso de checar la profesión de todólogo menos pretender el zoom hasta el dicen, hasta la yeguada de funciones y poluciones nocturnas simples, de encuadres, donde coincide con la mística dentada de vudú con chorras madejas dispersas, en la roda del retefamoso abajo para pretender muchas marranas sin demasiada mano para grandes bodys y glandes y cunilingus y fotosíntesis bisexual del perverso sauce, duro de roer por las cuatro bandas sin atribuir a freaud en los muslos del fémino ratón con nitidez apócrifa de lo dicho correspondiente en hacer imágenes de rumba itineraria sobre la entrevista visualizando cada álter, cada freno que contesta al duérmete de bajón; estencil medio, salario mínimo, para ultimar el speck de compota, de forma de marca apantallada fiel al pantone y a las despensas del miedo aguerrido a la durísima batalla para encontrar el estable konichiwa por asistencias de pintar con medios tonos otro diazepan de color de felicidad captada por la inyección de penumbra como buenos vendedores de monstruos y felpudos de pachequeras que te jalan para cortar el gota a gota de involuntades de tan acá como la nueva chamba de fotografiadas películas de 35 milímetros como otra mark de papagá medio instalada al diseño mal lavado del insistir en el intocable repartidor de leche.