Amén a la baba que corroe la cíntia; sólo el escarbador y las pobres invitadas a tirar de la entrevista residente de cada swallow directamente metido en el cubo de fregar sólamente con la luz de una estenopeica hecha con análogas viñetas de olor a vértigo y nutella limpia de otros ojalás que bendicen desabrochar la nevera llena de voces y mantecol y más amén y cimientos que continúan igual que el minuto del calladamente sobre las entregas aplazadas del periodismo, de pillo hambriento y frondosos bosques de marialuísa en el intenso que se respira penetrado por la perversión del alimento primordial que arranca la eternidad del hilo argumental del quinto para quedarse en las líneas de la alta acaramelada de tanto tiempo harto del visto y no visto de la leche caliente que no acaba de escapar de los sobresaltos de ansiolíticos para inyectar en la bajada de la derrota cerrada por el pensar sin destino extraño que sonroja los ojos al rato de barrer los métodos de cocina dualistas y las damas que cargan el absorto con el poco en la habitación de matrimonio, de futuro, de teclados y móviles que parecen develar otro amanecer sin la querida sacudida al lado del rayo de sol que concilia el polvo del complemento de las arcas en la cara de diferencias y mapas con demasiada sed escondida en el paso lánguido del caprichoso andar perdido con el tema de las flores y los insectos fecundando las vaginas tan diferentes y ansiadas con las tazas de peso y recorrido de los nuevos besos que se sueñan de las nuevas amantes tantras o menos campiñas del tardar clavado en el destino de todo lo necesario para recordar la soledad de la pieza de la silla y las estrofas de las delicias del tranvía que se mata de rabia sin verla ni aparecer por la chimenea como una loca coraza de instituto que respira los constantes días y terrazas de luz por transitar sentadas con el desgastado niño sin los viernes por donde seguir el hambre de ocre e instrucciones húmedas por cualquier disimulada coleta y pedales en el receso del índice atrapado en la cajita del cerebro sin el combustible que memoriza las opciones del tímido encaje de los días de tormenta o del sosiego indeseado de la confianza que se desconecta automática, sin el minúsculo amor tras el cristal de tripas y vocablos.
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