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Objetó ben

Ben, la cama dueña del no sólo; picudas tardes de radiografías y olores para exhalar el camino del solitario retumbar de cada tarta de luces y presentes palabras en el café del favor ancho de un cásting en el mismo cigarrillo de conductas de aprendiz y objetos marcha atrás, mortales, de época respecto a lo ocurrido con el instinto paternal que rodea al técnico de las páginas de la prensa más de los cornudos que seguirían de novios y se toserían para encender el coro del amour, el punto que gotea con el olor de la demencia ciega, un después violeta que aparecerá con la rosa y el compromiso de embarazar las seis estancias del visible durante el depresivo clima para llegar al orgasmo de la pompa en la garganta fría de repescas y estaciones llenas de niños haciendo de abuelos y abuelos haciendo de nietos masturbadores verdes, de la imagen de la mítiga escena traspasada al sosiego de sabores y ascos viertes como cascarones que conquistan el optimismo para convertirlo en roto de aflotación, del cuando ayer había cuchillo para reventar el jadeo que desciende de la nube perenne que reproduce el visionario retronando el humo de las cigüeñas al laberinto de la estapeta de platillo ya sin pasado autómata que sigue avisando de la condena incandescente revestida del recibimiento del mesón obsequiado con el escuchar para el peldaño del gozo sin hablar con el impaciente inconsciente que llama por el músculo de la nuez en el tanque de mantecol y dulce de leche con hierbecitas aromáticas sin práctica, sin el control del derecho lúcido, perdiendo confianza injustificada, undecidida en la rancia merced de los gritos de una y otra vez en la voz de las incoherencias en el patio de fantasías convertidas en bastardas cretinas de corazón irracional, con cocinillas y accesorios de Mattel.

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