Gozo errático, el de contar guerreros y cadáveres medio vivos delante de los saltitos desgastados, de la misma manera que hace sólo dos días y cuatro polvos y tres corridas en la bombacha que cruza deseos y temores al cercano abandono demasiado frágil por si buscan pesadillas de centrar caracoles de la acera o del tiesto que se marchita por milésimas de momentáneos y exfoliaciones de performances seguidas de fijar el escepticismo mediocre, la salina de tantas que mezclan avises y palpitaciones de la miel donde atrapar la morla dolida y los siés sin estupideces para el baile de nuevas zonas castradas y dudas sueltas del ser tierno, de paja y fango y poca división entretenida por la dilución de respirar y tocar hondo y volver a flotar al cielo más bipolar, más apastelado, pero sin poder oler la elevación de la simpleza que pregunta de todo, siempre con la factura de la hamburguesa en la sucedánea camisola de hojaldre y nocilla y pasiones picantes que mueven el robo creado que se multiplica para mejorar la rebeldía del débede galopante en la que va la ausencia de la luz que atraviesa el diafragma de la vieja leika podrida de tres cuartos de palmón y anchura de algún gramo de sangre de música como la espuma del licor de huevo y parásitos de las palabras que las deforman y les cambian algunas letras e inventan la rueda en otras desarmonías coronárias y vidriosas por el pisotón de varias mugres de esclavas intestinales y más lanzallamas para el portazo frío y calculado para dentro de un mes preparar la despedida definitiva del desmadre de tantos miembros de la papilla en montañas de periódicos sin los títulos de melancolía en las mortajas dulces del bachiller que nuevamente guardan dos minutos y prácticas y pedos del larguísimo fulano quebradizo que atropella la decencia escondida en el antes lúcido de sablazos pegados en la córpora o en los cuadros de la cáscara improbable de forzar por los vidrios de anteayer, de la cocina que busca congelar y pintar para luego seguir tostando hasta la fritura con aceite hirviendo para rebozar el efecto con drásticas burlas de cascabelero e ingestas polares de tercera y algo súbito correteando por el destino; otra vez del infeliz ponderado al pebré y a la media tosecita de los momentos de colapso y motos y motosierras activadas por livianos detestos de esperar, en el caso de la doctora, del vado de la moche sin perfume para limpiar lo no respirable que transpira por el gusto y la pupila sensible de la sien del piano trompetilla y la exhalación de las cantidades de pata suelta paralela al cruce del semáforo que ha superado la cansada constancia de checar texturas limpias y recómodas para la otra cámara de diógenes y casinos y simpatizantes pasos haciendo el espontáneo papel de la licuadora del sueño que se levanta por las voces y las pompas relajadas que entran en su territorio volátil de cosas pegadas a la testosterona del día.
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