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Excepción, librería de textos y cambio de densidad en la condolescencia del tiempo en dejar de tenerla entera, degollando faros intermedios y boliches de novia en una mesa de mármol del patio del tiempo arrancando algo más que el abandono de un color similar a la sardana con aquellos grafitis en las dunas de la famosa mano aterciopelada, la que siempre falla en la propuesta final, en los tríos, en la mamadera en forma de virundela de jardín que arranca la risa del botánico supuesto atraído por la ruina perpendicular o la tira de capacidad augúrica y maratónica que se sucede en los cardinales para crecer en fascinación y más pueblecitos del cónico en las angustias y paredes secas y eléctricas de la sala de ensayo de los doce años de bachiller y sexo en el altillo con el trozo de butano como relíquia, como embarcadero de seguridad que después se convierte en útero y desde allí te habla un muñeco de cera estéril que se descubre mirando el guarro final con su trencilla de baldillas y cucarachas gigantes de escasos años y asociaciones urbanas de madurez ocupante escrita con la falsa de ladrillo de invierno y bombachas como una más del sueño de la noche erótica que la sigue eyaculando como comadrejas eternas de punterías autobiográficas que se repiten para preparar la violación del litro de leche en la garúa que no es de piedra canibalística, loca del tango y las piafadas del silencio de la impresora mítica por el capricho del helado de culo y motivos en cuarentena que se mueven delante de la nariz del cine rosa japonés idílico, saliéndose de los cables de televisión y de una repetición de obsesiones en la década de guarangadas y dibujos de ositos vestidos de archiduque de la época encorsetada de residentes y vestuario militar del vocalista carnicero flaquito al óleo de paño y tienda apolillada con letra mayor y hoyos circulares con cartílago de pavo para el talonario bizarro en la estética del inconsciente herrumbrado en el estribillo del transcurso de la decantación de cada impotencia condensada por el portaestudio cargado de acoples que baja por la sensación del camino drástico definitivo de la intoxicación de monas y afectos del momento crescendo con bosques sonoros y promesas de luz intercambiables.

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