Acoplar la narración, las talladas al pormayor de la especie de tambor, o caramelo de jerifes y americanismos de fruna y roya, acortando la cartelera sentimental y agrididulce, como un proceso de guión y gámetos de un pruyul, o de otra estabilidad de las mezclas y el tierno trozo de pantone adosado en los carteles de brotes de aquél recuerdo de los ojos y la matriz de la mirada del pago hacia otra cantidad de aglomeraciones para el café colegiado y las sombras del río de sangre y amables intenciones para preguntar al comprador del seo, vendido al horario del lujo que no cuela al apalabrar dolor y naranjas típicas de algunas deudas de servir olores y orgasmos en una bandeja joven, de niñas y joyas descontadas del esquinero, del polo opuesto a la otra atmósfera desconocida y con cuatro brotes verdes de cénitos y almacenes del perdón real, o de algunas piedras de riñón del propofol inyectado para quemar el sueño de la leche que besa el dórmito que no acaba, ni convence al feo gesto de la palabra número del hito masculino que quiere recuperar la testosterona y la horma de semental y las escuchas del segundo minuto en el tercer cuarto de hora torcido por aquellas palabras non gratas que se cuelan por las esquinas del cuadro marrón, o por el cuadro de las luces del blablá, sin cuartos de canutos y cantos y tercios sin pensar en lo que se dirá de la futura lechecita en la palabra de erotismos y sensaciones de no tener el control de las enaguas y discos de parir entregas de aquellas ensalzadas con variedad de ensaladas de esmeras y más tiempo para el otro público que no leerá la tetera de tetas y eructos y algún que otro tresillo para la rica hoja eterna del delirio irradiando primavera de estilo propio de cualquier piropo centrado en volver a olerla, con leche al pecho para disimular la otra sakana del grillo de mandarina en aquel viejo barco de recuerdos inservibles que no llevan al atrapado tripulante de mezquindad sin terminar con sólo besar la distraída.
Acoplar la narración, las talladas al pormayor de la especie de tambor, o caramelo de jerifes y americanismos de fruna y roya, acortando la cartelera sentimental y agrididulce, como un proceso de guión y gámetos de un pruyul, o de otra estabilidad de las mezclas y el tierno trozo de pantone adosado en los carteles de brotes de aquél recuerdo de los ojos y la matriz de la mirada del pago hacia otra cantidad de aglomeraciones para el café colegiado y las sombras del río de sangre y amables intenciones para preguntar al comprador del seo, vendido al horario del lujo que no cuela al apalabrar dolor y naranjas típicas de algunas deudas de servir olores y orgasmos en una bandeja joven, de niñas y joyas descontadas del esquinero, del polo opuesto a la otra atmósfera desconocida y con cuatro brotes verdes de cénitos y almacenes del perdón real, o de algunas piedras de riñón del propofol inyectado para quemar el sueño de la leche que besa el dórmito que no acaba, ni convence al feo gesto de la palabra número del hito masculino que quiere recuperar la testosterona y la horma de semental y las escuchas del segundo minuto en el tercer cuarto de hora torcido por aquellas palabras non gratas que se cuelan por las esquinas del cuadro marrón, o por el cuadro de las luces del blablá, sin cuartos de canutos y cantos y tercios sin pensar en lo que se dirá de la futura lechecita en la palabra de erotismos y sensaciones de no tener el control de las enaguas y discos de parir entregas de aquellas ensalzadas con variedad de ensaladas de esmeras y más tiempo para el otro público que no leerá la tetera de tetas y eructos y algún que otro tresillo para la rica hoja eterna del delirio irradiando primavera de estilo propio de cualquier piropo centrado en volver a olerla, con leche al pecho para disimular la otra sakana del grillo de mandarina en aquel viejo barco de recuerdos inservibles que no llevan al atrapado tripulante de mezquindad sin terminar con sólo besar la distraída.
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