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Lononili


Llonoll, la palabra remedio, tremendo temblor de anidada cáscara de cascabel y tebeo, y más niñez para la superación del tiovivo de cortisol y betas y más anfetaminas y alfas y plazas y traseros pensantes en argentinas de argento, o mallas, o palabras para más de una erección en las venas, en las acontentadas complejas que no suman en el escrito del olor a escroto violáceo, que no traslada el trasiego de canalizar las fuerzas del mismo viento que no irriga hacia el vientre y los extremos del patíbulo, de las marchas de chagas por los vestejos del timbo, o de atardeceres o de tiempos de oscuridad que ronronea a través del tintado cansancio corporal que no esconde los probióticos ni las repentinas aguas de la eyaculación de cada tipo de mareo y por cada cápsula del tiempo embalada en truchas y excemas de piparras y ajos engajados en la persiana de cada dios, infortunio del zigzagueo o el hilísimo callado a la mitad del tiempo parlanchín, del viento entre las gracias del orgasmo hacia la prohibición del nombre que no esconde el buen gusto de las risas de energías y párrafos elegantes entre las locuras de un exceso de testosterona y pasodobles empitonados en la recomposición del mapa de pósits que ya no está en la granja de coches o tropas o momentos sin saludar la risa tonta, las lloreras de la misma intervención introducida en otro pero entre el rusto de la cantina y los albedrales del plan sin tanteo de ecualizar la definición de facilitar red bulls antes de la frase del supositorio americano de alarmas del pío perdido en el no lo sé de estrategias conjuntas de la imaginación para la punta de la boda sin llegar al pico pensante de escopetas y bombillas de intenciones de facilitar la materia prima, o las olas de aceleración de moléculas y más vivencias de aquella niñez sin televisión ni cómics de marvel.

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