Del número trasplantado sin argumentos de operaria, del orbe, de la alta divina, en consonancia de la turbada que inquiere sin ver al cazador, al inquilino de cada pájaro de ramo, de cada prenda del luego que sospecha el vuelo, y lo hurde hacia la guía del programador, del bebedor del squirt de la mujer araña que no guarda el automatismo en sus daños, en cada jarra de espasmos con hielo y mezcla de ron y gin con limón y papafrío común, y voz de solomillo, de marrana vital que yerra la vuelta de la áspera pozoña al desdén transformado en lluvia de regadera y céfiros de quejas quedadas en amamantar las partes blandas de la blancura del jabón opuesto a lazos de albedrío mal presentados, de la fuerza de acabar diciendo razones llamadas de postureo y sólo sosiego que acaba con las carnes y grasas de luz, y más locuras que en el trozo de número ugradé, o el seis de más de cinco años sin las palabras de la ketoret dilatada hacia otra expansión de expresión diurna y maquetación para desconocidos y filias nerviosas saliendo sin sellar otra capea de rojizas y enverdecidas pensiones para el bulto que siempre se hincha en la cinta del pantalón de lluvia fina, de cuentatrapos de las muertes del héroe que carga con el pecho a cuestas de las salinas con más olor de testosterona que a otra hormona de ugradl y urgencias y babas vaginales para saltar y hablar con ellas de la interesante pinchadora argentina, y sólidos magmas de pianos y maniquíes tocando el jazz a pie de calle, del barrio del cráter a las catacumbas de la penúltima edición en fábricas de alguna votación de incógnito por las ganas de otra puesta en pompa.
Del número trasplantado sin argumentos de operaria, del orbe, de la alta divina, en consonancia de la turbada que inquiere sin ver al cazador, al inquilino de cada pájaro de ramo, de cada prenda del luego que sospecha el vuelo, y lo hurde hacia la guía del programador, del bebedor del squirt de la mujer araña que no guarda el automatismo en sus daños, en cada jarra de espasmos con hielo y mezcla de ron y gin con limón y papafrío común, y voz de solomillo, de marrana vital que yerra la vuelta de la áspera pozoña al desdén transformado en lluvia de regadera y céfiros de quejas quedadas en amamantar las partes blandas de la blancura del jabón opuesto a lazos de albedrío mal presentados, de la fuerza de acabar diciendo razones llamadas de postureo y sólo sosiego que acaba con las carnes y grasas de luz, y más locuras que en el trozo de número ugradé, o el seis de más de cinco años sin las palabras de la ketoret dilatada hacia otra expansión de expresión diurna y maquetación para desconocidos y filias nerviosas saliendo sin sellar otra capea de rojizas y enverdecidas pensiones para el bulto que siempre se hincha en la cinta del pantalón de lluvia fina, de cuentatrapos de las muertes del héroe que carga con el pecho a cuestas de las salinas con más olor de testosterona que a otra hormona de ugradl y urgencias y babas vaginales para saltar y hablar con ellas de la interesante pinchadora argentina, y sólidos magmas de pianos y maniquíes tocando el jazz a pie de calle, del barrio del cráter a las catacumbas de la penúltima edición en fábricas de alguna votación de incógnito por las ganas de otra puesta en pompa.
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