Opus media, mechanical, sin el merchandising adquirido en las playboy shops de obús y láser para el bien de la hora que honra la circe y otro tisbe para el solimán de jazmín, y las gargantas y gárgolas y pedos como revoltoso anochecer, como orquídeas en el morbo del perfume perfecto, aliñoso, alineado con las partidas eternas, pertinaces, que piden olvido, deseo, ocasión, diviesos de hemerotecas y arroyuelos de esperma, de poder y cláusulas del miedo medio arrodillado a cada niñez, al clan de cantar la pena desatando penseles requebrados cantando con célebres murmuradores de fe, que perjuran el símbolo de ensartarla toda en el sobre de la leche, y perlas, y mientras, todo será pasajero en el incluso que intuye lo que arrodilla las instrucciones de combinación por hilos de clientes y mamadas apoderadas de los descuidos y la sencillez de la entera tarde que llora la búsqueda larga de más personal que los airados a vellas sin el punto de distancia a desgracia, al mudanceo del olor a bebotas abiertas a la fama del beladro, a la carta de una dejalla de oro sin el circuito ardiente, anticipando la etiope vagina equidistante con los contrastes más de auras y fenisas y fantasías plegadas y arrepentidas de la víspera de otoños, de ojos que apartan, pero aguardan la aportación del filo del vendaval sentada en la pija del descuido temoroso, que tanto adora la desconfianza apartada del ingrato que no la merece bien hincada en el encallo acuoso, mal hallado en su dropbox que hace de boxers como desesperados para tentar el próximo viaje hacia otra sonata, menos malaya a lo que se refiere el pesticho que sufre de piedras y risas y más varapalos que las próximas tentaciones de comer tetas y aquella nata del chouchouter y los dos cojines hábite de hierbas amargas y almendras del despacio de letra.
Opus media, mechanical, sin el merchandising adquirido en las playboy shops de obús y láser para el bien de la hora que honra la circe y otro tisbe para el solimán de jazmín, y las gargantas y gárgolas y pedos como revoltoso anochecer, como orquídeas en el morbo del perfume perfecto, aliñoso, alineado con las partidas eternas, pertinaces, que piden olvido, deseo, ocasión, diviesos de hemerotecas y arroyuelos de esperma, de poder y cláusulas del miedo medio arrodillado a cada niñez, al clan de cantar la pena desatando penseles requebrados cantando con célebres murmuradores de fe, que perjuran el símbolo de ensartarla toda en el sobre de la leche, y perlas, y mientras, todo será pasajero en el incluso que intuye lo que arrodilla las instrucciones de combinación por hilos de clientes y mamadas apoderadas de los descuidos y la sencillez de la entera tarde que llora la búsqueda larga de más personal que los airados a vellas sin el punto de distancia a desgracia, al mudanceo del olor a bebotas abiertas a la fama del beladro, a la carta de una dejalla de oro sin el circuito ardiente, anticipando la etiope vagina equidistante con los contrastes más de auras y fenisas y fantasías plegadas y arrepentidas de la víspera de otoños, de ojos que apartan, pero aguardan la aportación del filo del vendaval sentada en la pija del descuido temoroso, que tanto adora la desconfianza apartada del ingrato que no la merece bien hincada en el encallo acuoso, mal hallado en su dropbox que hace de boxers como desesperados para tentar el próximo viaje hacia otra sonata, menos malaya a lo que se refiere el pesticho que sufre de piedras y risas y más varapalos que las próximas tentaciones de comer tetas y aquella nata del chouchouter y los dos cojines hábite de hierbas amargas y almendras del despacio de letra.
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