Baumas, lujos, dragones enlatados en pozos de jugar y servir atanzas como algo de comida por decir, por estrechar los nexos con la nueva heladera de piano y solitudes de injusticias, de traumas, de comas, tempestades, perfumes, fierros, dormitorios durante sandos, al que acaban con similares envidias al hacer girar la peonza; el ditto de cada cámete que toma los adentros en las existenciales crisis del dónde vienen los veinte segundos del primer prejuicio que dicta la elegancia púnica de bostezos y sangrías de muñones arreglados en el tipo de sustos que tienen la gente distraída y de menos de cinco empleos enfrente del vodka y el invierno sin luz que vuelve fugaz y se fija en más dilaciones que las características del nido de la niñez, de aquella añorada vida, sin gentes del cortafuegos ni los sentidos ajustables a la actitud hacia un futuro fiable que no puede mirar hacia otro fallo de la razón de las facultades expertas en las supuestas orgías viscosas de apariencia aviadora de empezar a sacrificar la inflamación que aprovecha la pesadez del lujo crudo del edén, sin gotas ni baumas traumatistas del alma feliz e infantil, viviendo de la coneja cortejada en la técnica del piloto que airea los denadas de tobogán, que maravilla con los oros del alzamiento de bienes que lanzan los malos reincorporados en el ruido de chimenea.
Baumas, lujos, dragones enlatados en pozos de jugar y servir atanzas como algo de comida por decir, por estrechar los nexos con la nueva heladera de piano y solitudes de injusticias, de traumas, de comas, tempestades, perfumes, fierros, dormitorios durante sandos, al que acaban con similares envidias al hacer girar la peonza; el ditto de cada cámete que toma los adentros en las existenciales crisis del dónde vienen los veinte segundos del primer prejuicio que dicta la elegancia púnica de bostezos y sangrías de muñones arreglados en el tipo de sustos que tienen la gente distraída y de menos de cinco empleos enfrente del vodka y el invierno sin luz que vuelve fugaz y se fija en más dilaciones que las características del nido de la niñez, de aquella añorada vida, sin gentes del cortafuegos ni los sentidos ajustables a la actitud hacia un futuro fiable que no puede mirar hacia otro fallo de la razón de las facultades expertas en las supuestas orgías viscosas de apariencia aviadora de empezar a sacrificar la inflamación que aprovecha la pesadez del lujo crudo del edén, sin gotas ni baumas traumatistas del alma feliz e infantil, viviendo de la coneja cortejada en la técnica del piloto que airea los denadas de tobogán, que maravilla con los oros del alzamiento de bienes que lanzan los malos reincorporados en el ruido de chimenea.
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