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Birlocho

Birlor de bril, de sagas sin argumentos, sin bastamente reflejos del cuplé, del bis de grasa y poco más de algo aparte de la costumbre del arrollador trono hacia las poluciones de placton y queso de farmacia y tinto ido al sería, a las salidas de tela y salitres y nupcias con los puros secretos de cada túmulo sin la serenidad de seda satinada, como la caliente radio que habla como incógnita con el clítoris y cada labio del clavel que sale con las venas equivocadas para leer y empezar a garchar los retomados parones de disfrutes y meteduras de mano a la verdura, empezando por el mantel y los frutos secos, y las manchas de birlocho censuradas por los trenecillos de cinco cinceles y tijeras y pintura y laca para estampar en cualquier vía del puro blanco natural del coco que come tetillas y rocas de foie y viriles aires de varios dientes de descarados nuncas en cuatro pares de significantes con comodín y sorpresa de cumpleaños sin las pendejadas de handel ni los crason ni los croissants para la decoración de la sensillez caminando con marras y explosiones de otro hurra como resistencias del presente sin precio previo del porno promocional del doctor del don independiente, o del policíaco ciático pegado en el favorecedor de decisiones del asunto de faldas y protecciones de seguidos bolsos y jeringuillas y prisa simple de ventajismo y moatay de cualquier jaula debutada con el exterior del incipiente incisivo de las veces a entender otro noviembre de válvulas y vulvas que rezan para salpicar el néctar de lonas y lotes, y roces dirigidos al menos alto, descorazonado zanco de cementerio y cera y ocasiones para crear otros paradigmas paralelos al olor a leche vaginal, a pasta con miedo exclamado, como fingiendo el tiro de la almohada satinada, vistosa, inspirada con el impartir impaciencias que parecen el vocabulario de aquella vulgaridad del capataz que ocupa el rovi, el trozo de ilusión de cualquier hoja de catálogos de gimnasios y dineros y cuerpos enchochados con reyes y relojes de hojaldre sin las horas horneadas de las citas con ciudades de mendigos que dan con pura morfina y bigotudos movimientos de hostilidades maquilladoras del indefenso que evoca las debilidades en la narración afeminada por la atracción sobrada que deja temblando las más anteriores camisetas de cálculo rápido.

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